Por: Agencias

El escritor salvadoreño, Horacio Castellanos Moya concedió, recientemente, una entrevista a INFOBAE, en el marco de su visita a Argentina para participar del FILBA (Festival Internacional de Literatura de Buenos Aires).

El autor de destierros, personales y literarios debió abandonar El Salvador por la guerra, pero volvió para tener que irse otra vez; vivió en países tan disímiles como Alemania y Japón, entre otros, y que hoy, residente en EE.UU., se resiste a abandonar su nación y resiste, aunque sea en su literatura.

Usted nació en Honduras, adopta El Salvador como nación y vivió en México, España, Alemania, Japón y ahora en EE UU, países con culturas muy diferentes. ¿Tiene en su obra literaria esta cuestión de la búsqueda de la pertenencia, de la identidad?

-Sí. Digamos que no me lo planteo de manera explícita en los libros, porque la literatura no sale así, las ficciones se gestan de otra forma, pero creo que como problema personal del escritor, como problema vital del escritor, se expresa en los libros. No como un plan o como un propósito muy definido que yo tenga, no es que pienso «yo quiero escribir novelas que hablen sobre identidades». Yo nací en Honduras, de padre salvadoreño y con esa nacionalidad según la ley. Vivo en El Salvador más de 20 años, me toca todo el periodo de la guerra, me voy a México y allí sigo obsesionado con lo de la guerra en mis 10 años de exilio. Luego regreso, estoy 6, 7 años en El Salvador por proyectos periodísticos hasta que me tengo que ir porque publico El asco, que me crea una situación incómoda. Comienzo a vivir en muchos lugares y entonces la sensación de desarraigo es muy fuerte. Yo creo que esa sensación tan personal de una forma inconsciente se filtra o permea a muchos de mis personajes.

El desarraigo sigue siendo un tema de actualidad. Solo hace falta ver las noticias para ver las olas migratorias en el mundo, de África hacia Europa, por ejemplo. O incluso, la gran cantidad de venezolanos que abandonó su país en los últimos años. Y si se mira para atrás, la historia de nuestra región está repleta de estas situaciones, ¿es un poco una cuestión cíclica?

-Creo que ha sido cíclico, pero con diferentes tipos de ideologías y de proyectos políticos que han reventando. Lo que está en el fondo es la inviabilidad de estabilidad en Latinoamérica. No entro en los motivos, pero seguramente tiene mucho que ver con la economía, con la estructura del poder mundial y con cómo nos incorporamos con las potencias que nos determinan, pero el hecho es que uno se pregunta ‘¿cuándo?, ¿cuándo nos vamos a quedar un poco quietos?’ Es decir, que todo esto sea estable, que el juego democrático sea como uno se lo imagina y no sucede, las cosas revientan por un lado o por el otro. Puede reventar por el lado de Maduro o por el lado de Brasil ahora.

En el caso de Brasil y la gran posibilidad de que Jair Bolsonaro, un ex militar de pensamiento fascista, se convierta en presidente hay un regreso hacia un tipo de ideología que parecía, hace solo pocos años, una cuestión de grupos menores. Lo mismo sucedió con Donald Trump, que no muchos imaginaban que podía acceder al gobierno a partir de su discurso.

-Yo lo que veo es que se están produciendo fenómenos pendulares en los países muy grandes. En EEUU se pasa de Obama a Trump, de un polo al otro. Electos, aún con los cuestionamientos que pueda tener el sistema electoral de cada país. Y ahora pues, en Brasil, después de todo un período de la izquierda, con Lula y con Dilma, hay un movimiento pendular al fascismo. En México es lo opuesto, porque había estado en manos de una derecha civilizada, pero hace un movimiento pendular hacia una izquierda muy sui generis. En El Salvador tenemos 10 años de un gobierno de izquierda, la ex guerrilla que se convirtió en partido político y gobierna, pero ya fue derrotada en las elecciones para diputados y ya asumen que sucederá lo mismo en marzo en las presidenciales y va a volver la derecha. ¿Por qué sucede? Cuando veo lo de Bolsonaro y la razón es que «los mercados lo apoyan», me pregunto «¿qué son los mercados?, ¿una entidad angelical, una entidad abstracta?» Y los mercados son un grupo de gente que maneja una cantidad de dinero entonces, ¿por qué lo necesitan?, ¿por qué necesitan a Trump?

Regresando al tema de la identidad y del territorio, en Moronga usted sale por primera vez del territorio de Centroamérica y México y se centra en EE.UU., ¿por qué?

-En primer lugar porque yo salí. Hace alrededor de 10 años que estoy viviendo en EEUU, pero mi excepcionalidad no existe. Del 25 al 30 por ciento de la población salvadoreña vive en EEUU. Es altísimo. Y envía remesas a El Salvador superiores a todas las exportaciones y producciones. El país vive de exportar gente, de exportar pobres que vayan a ganar dinero a EEUU. para que lo envíen, funcione el mercado interno y se lucren los detentadores de los mecanismos financieros a través de los cuales llega ese dinero. Entonces era normal que los personajes formen parte de esa ola migratoria que se va hacia el norte, esa es la naturalidad. Me pareció que no había necesidad de forzarlo.

Sea por cuestiones climáticas o políticas, por la guerra o ahora las pandillas, El Salvador parece estar marcado por la tragedia.

–El Salvador es como un perro que da vueltas tratando de morderse la cola. El gran avance del país, paradójicamente, es la expulsión de su gente. Al no haber oportunidades y tener unas de las tasas de criminalidad más altas del planeta, el nivel de homicidios por habitante, obliga a la gente a irse. Y la gente que se va adquiere nuevas perspectivas, pero eso no cambia al país. La mejor industria de El Salvador es expulsar a su gente.

Otro tema que aparece en La diáspora y en Moronga, como en otras de sus obras, es la figura del poeta Roque Dalton, ¿qué simboliza?

-Simboliza varias cuestiones. Por un lado, la tragedia de ser escritor en El Salvador. El hecho de que el más importante poeta de un país sea asesinado en su propio país por sus camaradas. Es peor que el caso de Federico García Lorca, que lo mataron sus enemigos. A Dalton lo mataron sus compañeros de lucha. Entonces eso creó como una fractura, en cuanto a cuál es la relación de este país con su literatura y sus escritores, por eso creo que es muy importante. Hay una razón más personal y es que yo me formé a la sombra de lo que él escribía. No lo conocí, pero era el referente, él era el único escritor que decía cosas que a mí me interesaban. Una poesía sardónica, sarcástica, jodedora, que tenía su faceta muy revolucionaria, pero que a la vez se reía de eso. Era un poeta complejo, no como esos poemitas panfletarios que se conocen de él. Entonces mi generación queda huérfana, él normalmente hubiera sido como el padre, como si hubieran matado a Borges aquí, entonces los narradores quedan como huérfanos. Y eso que aquí hay una legión de escritores, una literatura muy vital, pero en El Salvador hay tan poco. Fue un hecho que nos dejó un gran vacío. Y hay más razones relacionadas con la justicia, el hecho de que nadie haya sido juzgado, que los asesinos estén vivos y que el mismo gobierno de izquierda les de empleo, entre otras cosas. Es un caso espinoso, no resuelto.

Entrevista publicada en INFOBAE el 13 de octubre de 2018

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San Salvador, El Salvador

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